OTRO TIEMPO BISAGRA

Ago 6, 2024

Jorge Richter Ramírez

Politólogo

En cada cierre de ciclo hay un tiempo bisagra que señala el lapso de crisis entre una época que concluye y aquella que emerge sustitutivamente. Es lo viejo que muere y lo nuevo que va brotando hasta hacerse predominante. El tiempo que transcurre en esa bisagra es un periodo de caída y profundización de la crisis hasta que la conciencia social/política, extremada por las circunstancias, entiende la necesidad de encontrar los espacios de restablecimiento de la debida institucionalidad. En los últimos 50 años de historia de nuestro país, las bisagras de tiempo en los cierres de ciclo presentaron extensiones temporales desiguales y caracterizaciones propias, pero siempre gastaron meses y años signados por la incertidumbre y el intento de apropiación del poder político.

Situados en 2006, el nuevo tiempo que se inauguraba llegó cargado de simbologías de aquello que se disponía a establecerse históricamente: “En su gira por el mundo, luego de ser electo y antes de asumir el Gobierno, el tema de la diferencia fue parte de la sensación causada por Evo Morales cuando lució una chompa de lana de las que se venden en mercados populares de Bolivia, y que nadie asociaba con la investidura presidencial. Poco después asumía el mando ante los pueblos indígenas en las ruinas de Tiwanaku, con atuendos ceremoniales inspirados en ropas tradicionales de pueblos originarios. Y finalmente adoptaría como vestimenta oficial un traje diferente al del resto de las repúblicas democráticas de Occidente, con motivos andinos, pero confeccionado por una diseñadora de alta moda. Las tres vestimentas pueden servir de metáfora para comprender el proceso: la llegada del pueblo al Gobierno; con la ropa que el pueblo usa; el Pachacuty y retorno de Katari como la idea del poder de los indios y fin de la era colonial; o la incorporación de la cultura tradicional o indígena al Estado. Las tres tendencias, con sus combinaciones, y también el saco y la corbata (como la imagen de un gobierno de blancos y criollos) cruzarían la asamblea Constituyente y la política boliviana de esa época como índices del acontecimiento político entendido como llegada al Estado de quienes hasta entonces no estaban contemplados. Para algunos se trataría de cambios apenas estéticos, para otros sería el reflejo ceremonial de cambios más profundos”. La referencia etnográfica del texto de Salvador Schavelzon grafica el arribo del nuevo tiempo, pero también de lo que quedaba atrás, del cierre de todo lo anterior al tiempo que se fundaba.

Ese salto de momento histórico no sucede en un solo hecho o día específico; constituye un proceso de acumulación, de vigencias y agotamientos, de recambio de hegemonías, de sentidos comunes, de espacios elitarios y referencias políticas; es también un proceso que no suele ser amable y menos aún estable. En cada recambio, el tiempo bisagra descubre la magnitud de la crisis, expone su complejidad y profundidad, devela intenciones personalistas a la vez que encumbra a nuevos actores. La convivencia se deteriora, las expectativas sobre la economía, las instituciones y el futuro inmediato se desvanecen, es una sucesión de desencantos, molestia social y disgusto generalizado.

Bolivia cerró el ciclo del militarismo autoritario después de 18 años. Este había comenzado con el golpe de Estado del Gral. Barrientos a Paz Estenssoro en 1964 y se extendió hasta 1982, año en el cual el proyecto de los hombres de la democracia inició su consolidación. Sin embargo, el tiempo bisagra se había instalado ya desde 1978 con la salida de Banzer. En esos cuatro años, la crisis solo se fue ahondando. Las búsquedas por instalar la democracia eran frustradas por el desenfreno militar y las lógicas aún presentes de la entidad armada. Elecciones generales en 1978 que finalizan con el golpe de Estado de Juan Pereda Asbún, prontamente derrocado por otro militar, el Gral. David Padilla, quien inicia un nuevo periodo electoral que concluye eligiendo un presidente interno por falta de acuerdos. Asume Wálter Guevara Arze y tres meses después es depuesto por Alberto Natusch Busch. Luego, sigue la presidencia de Lidia Gueiler, el golpe de Estado de García Meza, el golpe de Celso Torrelio Villa y su reemplazo posterior por Guido Vildoso Calderón quien entrega el mando del país a los hombres de la democracia. Se inicia con ellos el nuevo tiempo de las libertades e institucionalidad democrática. El tiempo bisagra se extendió en este cierre de ciclo por un lapso de cuatro años.

Aquellos hombres cimentaron la democracia, la recuperación del imperio de la Constitución y las instituciones. En el final de su ciclo, también de 18 años, degeneraron sus estructuras partidarias, se apropiaron de la representación política malsanamente restringiéndola a grupos de poder y apellidos notables. El ciclo concluyó en 2003, pero el tiempo bisagra ya se había desabrochado en los primeros meses del inicio de siglo con la guerra del agua, la interpelación al modelo neoliberal y las primeras ideas de Asamblea Constituyente. La crisis ocupó los años 2000 al 2005. Lo que llegaba era el tiempo de lo social popular, aquel movimiento que transformado en movimiento político se inició en 2006.

Hoy, nuevamente llegamos a un final de ciclo, el que marcó los años del proceso de cambio, de lo social popular, de la creación del Estado Plurinacional. Lo que deje este período, lo que permanezca y aquello que se preserve y pueda ser reconducido y perfeccionado es algo aún incierto. La crisis se ha instalado. Lo económico como modelo conocido ya ha envejecido. La convivencia política al presente no encuentra espacio posible. La institucionalidad toda, a excepción del Tribunal Electoral, ya está devastada y atraviesa su decrepitud al ser continuamente interpelada. El Órgano Legislativo es la representación viva del descrédito y el Órgano Ejecutivo se muestra enmohecido e inconducente, quieto y hasta encorsetado por una cultura del interés personal y no de miradas colectivas.

El tiempo bisagra ya se abrió, la palabra crisis define y caracteriza el momento. Ante ello, es urgente que su espacio de permanencia sea lo menos extenso posible. Debe resolverse, en todos sus aspectos críticos, durante el 2025 e inexcusablemente dentro de los márgenes electoral y democráticos. Las palabras que reducen el entendimiento de la Policrisis actual solo conducirán a un diferimiento resolutivo, esto es, trasladar los momentos de reacomodo y solución para los años 26, 27 o 28, algo como una crisis extendida.

Con actores políticos tan ahistóricos y deshabitados del interés nacional avanzamos, aventureramente, hacia un tiempo bisagra abierto en exceso y altamente violento.